Crecí en una maravillosa familia, junto a mi único hermano menor y unos padres ejemplares.
Siempre desde muy niña ayudaba en el negocio familiar dedicado al comercio de la moda, así que cuando llegó el momento de decidir mis estudios, pensé: con este panorama laboral, ¿para qué estudiar 5 años de una carrera, colgar un título y terminar trabajando en casa?
No era que me apasionase, no soy nada creativa, pero sí soy bastante práctica. Me decanté por estudiar diseño y patronaje industrial en Barcelona.
Con la jubilación de mis padres, me hice cargo del taller de confección, y conseguí un contrato con unos grandes almacenes para hacerles los arreglos de ropa.
Me imponían un precio final que yo aceptaba sin rechistar ni negociar y me las veía y las deseaba para pagar los salarios y que quedase algo de beneficio para los meses de poco trabajo.
Me sentaba en una máquina de coser a las 7 de la mañana y me daban las 10 de la noche. Y aún los fines de semana me llevaba trabajo a casa.
Así “aguantamos” 16 años.
Me casé dos veces, y el trabajo de mi segundo marido nos llevó a vivir a la isla de Gran Canaria. Aquí nacieron mis dos hijos pequeños, aquí llevé el golpe más grande de mi vida, aquí encontré mi negocio y mi misión, aquí me divorcié y aquí me quedé.